La escuela se convierte simplemente en un instrumento para
limitar nuestra mente. En vez de potenciar el pensamiento autónomo y la
búsqueda del conocimiento, se convierte en una serie de recetas compuestas por
antiguas leyes y teoremas que debemos aprender de memoria. De esta forma,
corremos el riesgo de perder algunas de nuestras capacidades más valiosas, como
la creatividad y la imaginación.
Mientras aprendemos teoremas y decimales, mientras
desarrollamos el pensamiento lógico, algunas de nuestras capacidades más
importantes se descuidan. Es como si contratásemos a un jardinero y este solo
se dedica a podar las plantas, olvidando que también deben ser regadas,
alimentadas y protegidas. Siguiendo esta estrategia, es muy poco probable que
el jardín crezca y prospere, al máximo, podrá sobrevivir.
1 Valorar el tiempo. El tiempo es la posesión más valiosa
que tenemos pero, curiosamente, también es algo de lo que nos desprendemos con
asombrosa facilidad. Por supuesto, es fácil olvidar el valor que tiene cuando
acudimos todos los días a una escuela en la que aprendemos contenidos que no
nos interesan y que no tienen aplicaciones prácticas. Sin embargo, cuando
comenzamos a pensar en términos de tiempo, nuestra vida puede dar un vuelco
radical ya que somos capaces de darle a cada cosa su justa medida. Saber organizar
el tiempo y planificar el día a día es una de las habilidades más importantes
que podemos desarrollar a lo largo de nuestra vida, pero todo empieza siendo
conscientes de la enorme importancia y el valor del tiempo.
2. Descubrirse. A lo largo de los años, vamos interpretando
diferentes papeles sociales, nos convertimos en amigos, padres, profesionales,
vecinos… De esta forma, es fácil perder nuestra identidad, olvidar cuáles eran
nuestros sueños y aspiraciones. De hecho, no es inusual que uno de los roles
sociales que interpretamos día tras día, termine creciendo tanto que se apropie
de nuestro “yo”, debilitándolo y acallándolo. Sin embargo, para vivir de forma
plena, es necesario estar en sintonía con ese “yo” más íntimo, que continúa
acariciando pasiones y asombrándose ante la vida. Si perdemos ese “yo”, si
dejamos que los roles sociales lo atrofien y dicten lo que debemos hacer,
simplemente estaremos cavando nuestra propia tumba.
3. Sentir gratitud. La gratitud es un secreto bien guardado,
es uno de los caminos que nos conduce directamente a la felicidad, aunque la
mayoría de las personas la subestima. Cuando somos capaces de experimentar
gratitud y la expresamos, somos mucho más felices. No se trata simplemente de
dar las gracias cuando alguien nos hace un favor, que es lo que nos enseñan en
la escuela, sino de buscar activamente motivos para sentirnos agradecidos. Se
trata de aprender a centrarse en lo que tenemos, más que lamentarnos por lo que
no tenemos, de aprender a valorar las pequeñas cosas y sentirnos agradecidos
por ellas.
4. Buscar el equilibrio. La escuela nos enseña a
esforzarnos, a trabajar duro para obtener mejores calificaciones. Sin embargo,
no nos enseña cómo balancear el resto de las esferas de nuestra vida, para
sentirnos más satisfechos. Por eso, no es extraño que haya personas
completamente dedicadas al trabajo, que no tienen tiempo libre y que descuidan
a sus familias. Cuando no tenemos el sentido del equilibrio, no sabemos
priorizar y corremos el riesgo de descuidar precisamente las áreas que más
satisfacción nos pueden brindar. Sin embargo, vivir de forma equilibrada es una
habilidad esencial para lograr la felicidad, para desarrollar al máximo todo
nuestro potencial. De lo contrario, nos convertimos en una versión triste y limitada
de lo que podríamos haber sido.
5. Lidiar con la adversidad. Antes o después, la adversidad
llamará a nuestra puerta. Cuando eso ocurra, es mejor estar preparados. Sin
embargo, nadie nos ha enseñado a enfrentar los problemas poniendo buena cara ni
nos ha dicho que cada crisis también encierra una oportunidad. La resiliencia
es una capacidad esencial para no derrumbarse y salir fortalecidos de los
problemas, pero es algo que aprendemos al azar, después de recibir los golpes
de la vida. Sin embargo, se ha apreciado que las personas que perciben desde el
primer momento los problemas como oportunidades para crecer, enfrentan mejor
los obstáculos. De hecho, un estudio realizado en el King’s College Hospital de
Londres desveló que, ante las mismas condiciones clínicas, las personas que
enfrentan el cáncer con una actitud fatalista y de impotencia tienen peor
pronóstico que quienes muestran un espíritu combativo y se comportan de forma
resiliente.
6. Manejar las emociones. La sociedad, en su conjunto, no nos
enseña a manejar las emociones, sino más bien a ocultarlas o reprimirlas. Al
catalogar las emociones como positivas o negativas, deseadas o indeseadas,
asumimos que algo anda mal en nosotros cuando nos enfadamos e irritamos, o
cuando nos sentimos tristes. La demonización de algunas emociones y la
exaltación de la Psicología Positiva han hecho que muchas personas se sientan
inadecuadas. Sin embargo, las emociones forman parte de nosotros y no son
positivas ni negativas, simplemente son indicadores y, como tal, debemos
asumirlas. Lo importante no es la reacción emocional, que en muchos casos es
automática, sino cómo manejamos posteriormente esa ira o esa tristeza.
Reconocer nuestras emociones y saber canalizarlas es una habilidad esencial que
muy pocas personas logran desarrollar pero que determinará toda nuestra vida.
7. Comprender el error. La escuela penaliza duramente los
errores, transmitiendo la idea de que equivocarse no está bien. Las
calificaciones no tienen en cuenta el esfuerzo ni a la persona, tan solo los
aciertos y los errores cometidos. Después de varios años, no es extraño que
terminemos sintiendo una verdadera aversión por los errores. De hecho, algunas
personas incluso son incapaces de avanzar porque el miedo a equivocarse ha
aplastado su motivación. Sin embargo, en la vida real, la mayoría de los
aprendizajes llegan a través del ensayo-error, debemos equivocarnos para
aprender. Por tanto, los errores simplemente nos indican que estamos un paso
más cerca de lograr nuestra meta, porque hemos descartado un camino. Los
errores son aprendizajes que nos permiten crecer, no pesadas piedras que
debemos arrastrar para que generen sentido de culpa.
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