Seguramente muchas veces habremos dicho o escuchado alguna
de estas frases: “cómo puede ser que no me haya entendido si yo fui muy claro
cuando hablé”, o a la inversa: “yo escuché muy bien y dijo otra cosa totalmente
distinta”. Los “malos entendidos” que surgen por las diferencias entre lo que
uno dice y el otro escucha, es uno de los motivos que generan problemas en la
comunicación y deterioro en nuestros vínculos.
Escuchar significa que, simultáneamente estas argumentando
en tu interior. Tiene lugar un constante debate. Te digo algo, tú estás
escuchando y dentro se desarrolla constantemente un debate: sobre si esto es
correcto o no. Comparas con tus propios conceptos, con tu ideología, con tu
sistema. Así que, constantemente, mientras me escuchas, so-pesas si confirmo
tus ideas o no, si estoy de acuerdo contigo o no, si lo aceptas o no, si te
convenzo o no.
¿Cómo es posible que se dé el escuchar de este modo?
Estás demasiado lleno de ti mismo, sea lo que sea que oyeres
no será lo que he dicho. No puede serlo, porque cuando la mente está llena de
sus propias ideas, colorea todo lo que le llega. Oye, no lo que se le está
diciendo sino lo que quiere oír, porque escoge, descarta, interpreta, y sólo
entonces algo penetra. Por eso debemos aprender a escuchar.
Escuchar es... símbolo de respeto.
Escuchar es... sinónimo de humildad.
Escuchar es... armonía.
Escuchar es... fuente de felicidad.
Escuchar es... básico para conversar.
Escuchar es... hacer equipo.
Escuchar es... colaborar.
Escuchar es... aprender.
Escuchar es... el motor de la creatividad.
Escuchar es... la base de la innovación.
Escuchar es... estrategia.
Escuchar es... la clave de la ejecución.
Escuchar es... saber vender.
Escuchar es... crecimiento.
Escuchar es... rentabilidad.
Escuchar es básico, indispensable, y universal. Por mucho,
el mejor diferenciador.
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